I. ¡Hombres de oro, hombres de plata!
Si un vagabundo habla de monedas,
De plata se trata solamente,
Entendemos monedas de plata.
En cambio, en boca de un príncipe,
Un shah, las monedas son siempre
De oro; un shah recibe y entrega
Solamente monedas de oro.
Así piensan los hombres formales,
Así también pensó Firdusi,
El autor del famoso y venerado
Poema épico “El Shah Nameh”.
Este gran poema épico
Lo escribió por encargo del shah,
Que le prometió una moneda
Por cada uno de los versos.
La rosa floreció diecisiete veces
Y marchitóse diecisiete veces,
También el ruiseñor cantó
Y calló diecisiete veces –
Entre tanto el incansable poeta
Estaba sentado día y noche
Tras el telar de la imaginación,
Y tejía la enorme alfombre del poema –
La enorme alfombra, donde el bardo
Maravillosamente entretejió
La fabulosa crónica de su terruño,
Los antiguos reyes de Farsistan,
Los queridos héroes de su pueblo,
Proezas y aventuras de caballeros,
Las artes de brujos y demonios,
Todo emparrado con fabulosas flores –
Todo exuberante y vivaz,
Colorido, brillante, floreciendo,
Ardiendo y celestialmente iluminado
Por la sagrada luz de Irán,
La divina y pura luz genuina,
Cuyo último ardiente templo,
A pesar del Corán y el muftí,
Ardía en el corazón del poeta.
Al concluir el gran poema,
El poeta se ocupó de enviar
El manuscrito a su mecenas,
Dos veces cien mil versos.
Fue en los baños termales,
En las caldas de Gasna,
Donde dos negros mensajeros
Del shah hallaron a Firdusi –
Cada uno arrastraba un saco lleno
De monedas, que arrodillado depuso
A los pies del poeta, como alto premio
De honor, por su gran poema.
El precipitado poeta rompió los sacos,
Para deleitarse a la vista del oro,
De la que fue privado por largo rato –
De pronto, consternado descubrió,
Que el contenido de estos sacos
Era pálida plata, monedas de plata,
Algo como dos veces cien mil –
Y el poeta sonrió amargamente.
Sonriendo amargamente dividió
Aquella suma en tres partes
Iguales y a cada uno
De ambos negros mensajeros
Le regaló un tercio, como paga
Por el servicio, y el tercero lo obsequió
Como propina al siervo de las caldas,
Que se había ocupado de su baño.
Al instante abandonó la capital
Y emprendió el viaje;
Frente a la puerta sacudió
El polvo de sus zapatos.
II.
“Si no hubiese cumplido lo prometido,
Vulgarmente, humanamente,
Si hubiese roto solamente
Su palabra, no me hubiese enfurecido.
Pero jamás le puedo perdonar,
Un engaño tan vil e innoble,
Con palabra de sentido doble
Y aún peor astucia de callar.
Fue lleno de dignidad, majestuoso,
De aspecto y ademán excepcional,
En el mundo no había otro igual,
Fue rey de pura estirpe, impetuoso.
Como el sol en el cielo esplendente,
Él, el hombre de la verdad orgulloso
Me contempló de vistazo fulguroso –
Sin embargo, me mintió tan indecente.”
III.
El shah Mohamed cenó excelente,
De óptimo humor está su mente.
En el jardín véspero, sentado sobre púrpura
Almohada; la refrescante fontana murmura.
De rostros reverentes los siervos bellos,
Su favorito, Ansari, está entre ellos.
De floreros de mármol colosales,
Brotan vistosos arreglos florales.
Como odaliscas encantadas,
Tiemblan las palmeras perfiladas.
Los inmóviles cipreses están petrificados,
Igual a sueños divinos, del mundo olvidados.
Mas de pronto, resuena de lira acompañado,
Un suave cántico, misterioso y embrujado.
El shah salta, como aterrado por espanto –
“¿Quién compuso el texto para este canto?”
Ansari, a quien iba dirigida la interrogación,
Contestó: “”Firdusi elaboró la composición.””
“¿Firdusi? – exclamó el príncipe compungido –
“¿Dónde está? ¿Cómo le va al poeta distinguido?”
Ansari habló: “”En escasez
Y miseria vive su vejez,
“”En Tus, en su ciudad natal,
Donde tiene un pequeño solar.””
El shah Mohamed quedó callado un rato largo,
Luego habló: “Ansari, urgente es mi encargo –
Vete a mis establos para seleccionar
Cincuenta camellos y mulos, un centenar.
Cárgalos con toda la exquisita preciosidad,
Que al corazón humano le brinda felicidad;
Con maravillas y rarezas suntuosas,
Útiles domésticos y prendas preciosas,
De madera de sándalo y marfil de elefante,
De oro y plata, lo más fino y elegante;
De vasijas y jarras graciosamente labradas,
Y pieles de tigres profusamente rayadas,
Con alfombras, chales y delicados bordados,
En mis provincias artísticamente elaborados –
No te olvides de empacar armas también,
Bien brillantes, y gualdrapas, al menos cien,
Tampoco bebidas de variedades diferentes,
Ni finos manjares preservados en recipientes,
También tortas de almendras y confituras,
Pan de especias y demás sabrosuras.
Agrega a esto una docena de corceles,
De pura raza árabe, como saetas céleres.
Además, una docena de negros esclavos,
Sanos y fuertes, para trabajos pesados.
¡Ansari! con esta valiosísima carga,
Hazte en el acto a la travesía larga.
Entrégala junto a mi saludo reverente,
Al insigne poeta Firdusi, como presente.”
Ansari cumplió los deseos del regente,
Y cargó las bestias rápidamente,
Con obsequios de honor y conveniencia,
Que valieron el impuesto de una provincia.
Ya al tercer día arrancó velozmente
De la residencia, y personalmente
Marchó al frente de la caravana entera,
Empuñando una roja, flameante bandera.
Ya al octavo día, entre grandes hazañas,
Alcanzaron Tus, al pie de las montañas.
La caravana entró por la puerta occidental,
Con alboroto, júbilo y bulla fenomenal.
Sonaban los cuernos, retumbaban los tambores,
Y exaltados festejaban los triunfadores.
“¡La Illa Il Allah!”, gritaban como alocados,
Los arrieros de camellos y mulos agotados.
Mas del otro lado, por la puerta oriental
De Tus, en ese mismo instante fatal,
En silencio, una pompa fúnebre salía;
Al difunto Firdusi su pueblo despedía.
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